miércoles, mayo 12, 2010

Cuando el olor a mierda se torna agradable

Creo que con el título ya no hace falta advertir de que estamos ante un post de tremendo mal gusto y altamente escatológico. Estómagos sensibles y gente comiendo bocadillos de Nocilla mejor abandonad el barco, ahora que aún hay tiempo.

La situación de la que quiero hablar es muy poco habitual, de hecho creo que sólo me ha pasado tres veces en toda mi vida, pero creo que con que exista otra alma en pena a la que le haya pasado lo mismo, y se identifique con el post, mi redacción habrá valido la pena.

Resulta que entras al cuarto de baño y, por desgracia, te encuentras instantáneamente sumido entre una densa humareda de olor a mierda, dejada por el anterior ocupante; ese tipo de peste que casi te enrojece los ojos. Pero tienes muchas muchas ganas de expeler, tanto que no puedes aguantar ni un segundo más, así que vences a los instintos que te ordenan huir del aseo y cagarte en cualquier esquina y te armas de valor para usar el retrete como un ser civilizado.

Te sientas, temeroso y tratando de aguantar, sin éxito, la respiración; hasta que la subtapa, aún caliente, te recuerda que otras nalgas han estado en tu mismo lugar hace escasos segundos. La conmoción puede contigo y no logras evitar respirar de golpe una buena bocanada, ya sentado sobre el epicentro. El caso es que entre esa horrible sensación entre el olor de la mierda del vecino tu esfínter anal milagrosamente empieza a hacer su trabajo, dejando a la intemperie tus propios desechos, con su correspondiente olor, personal e in­transferible.

En ese instante se produce lo que no puedo imaginar más que como una guerra de olores de mierda, una especie de combate épico en que las partículas mierdiles flotantes del defensor del título y del aspirante (me las imagino más o menos con el aspecto de los del Equipo Actimel) luchan sin cuartel a lo largo, ancho y alto del espacio del cuarto de baño.

La batalla es encarnizada, pero finalmente nuestra mierda (o al menos en mi caso siempre ha sido así) termina siendo más fétida que la del anterior inquilino y, poco a poco, de forma progresiva, conquista todos los res­quicios respirables. Devolviendo a nuestras fosas nasales única y exclusivamente el familiar olor de nuestra propia mierda. Mierda al fin y al cabo, pero de nuestra propia cosecha.

Y, amigos, es ahí, justo ahí, cuando el olor a mierda se torna agradable.



PD: Un gran texto, una gran verdad, extraído de un blog bastante infame por cierto... "Sólo otro blog infame"

2 comentarios: